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noviembre 28, 2021“Cordel, Historias de la Trashumancia” es un libro de viajes, viaje en el tiempo y en el espacio. El autor, Alfredo González Tejado, recorre muchos años después los mismos caminos que transitó de joven como vaquero trashumante. Vuelve al camino, a los lugares que transitó de cordel en su juventud, sin nostalgia, ni falsas emociones, con la distancia que le dan los años y la certeza de lo vivido. La corriente de los ríos extremeños como guía sirve de acuático escenario de sus recuerdos, vívidos y vividos. Recuerdos narrados, propios o ajenos, escuchados, cientos de veces, en las “sonochás”, al amor de la lumbre, durante las frías noches del invierno serrano, de boca de su padre, otro gran narrador, de historias, ¡de casta le viene al galgo!
Y como las aguas de esos ríos el relato de Alfredo nos transporta por veredas, y pueblos hacia historias, algunas de hace casi un siglo, que, como las aguas vienen y van, de un tiempo y un espacio lejano, a nuestros días, vadeando por palabras y sabias expresiones, algunas tristemente olvidadas.
Los relatos nos hablan sobre todo de otra época, esa en que los vaqueros trashumantes encontraban “fuentes que no quitaban la sed” y para protegerse de la lluvia solo tenían una vieja manta de lana o un capote que, mojado, pesaba más que ellos.
Una época en la que los vaqueros desayunaban comían y cenaban, jamón de la matanza, pan y tocino, sintiéndose por ello afortunados en una tierra extrema en la que las diferencias de clase estaban sangrantemente marcadas más que en su lejana sierra.
Una época en que los vaqueros se iban de sus casas, y sus pueblos, a esa lejanía impuesta por la ancestral necesidad de alimentar a su ganado. Sin saber seguro cuándo o siquiera si volverían, con la única certeza de que el frío, el calor y otras calamidades serían seguros compañeros de viaje.
En definitiva, una época en la que trashumar era una auténtica aventura, una experiencia, como dicen ahora los modernos. Trashumar era una vivencia en la que redescubrirían viejos paisajes conocidos, impregnados de nuevos olores y recorridos vitales aderezados, según cuenta, con grandes dosis de solidaridad y hermanamiento.
Este libro destila verdad, narra historias que sucedieron al autor, a su padre y a otros vaqueros trashumantes durante esos largos cordeles anteriores a los años 60 que poco o nada tienen que ver con los actuales.
Como un cordel, que no en vano viene de cuerda, el relato de Alfredo nos ata a esos paisajes y vaqueros pintados en la mente del autor e ilustrados con sus dibujos (que también ilustran este artículo), infantiles y sencillos, sin más pretensión que amarrar los recuerdos.
Sin memoria somos poco, casi nada. Si olvidamos corremos el riesgo de repetir los errores y, como bien dice Alfredo, recordar de dónde venimos nos ayuda a saber quiénes somos.
Este libro es una joya porque, de forma llana y genuina, relata parte de nuestro pasado como pueblos trashumantes. Y lo hace de primera mano, sin concesiones. El propio autor fue vaquero trashumante, aunque, con humildad dice que no pretende enseñar nada a los que hoy hacen el cordel.
En esto no coincido, estoy segura de que sí les puede enseñar algo, quizás a ellos más que a nadie, porque saben de lo que habla, porque pueden apreciar las diferencias, imaginar las anécdotas y sin duda compartir las sensaciones.
Alfredo dice que solo pretende dejar un testimonio para los que ni siquiera saben lo que es la Trashumancia, para sus nietos, para las generaciones venideras. Y sin duda lo deja. Queda escrito, algo importante para que no se desvirtúe con el boca a boca de las historias contadas solo oralmente.
Que nadie busque en este libro ínclitos recursos literarios que adornen las palabras. No los hay. No los busca. No los necesita. Tiene la autenticidad de lo vivido, por él y por los que compartieron el camino.
Este libro es cultura del pueblo, tradición y testimonio. ¡casi ná!... y ante eso solo puedo decir: ¡Enhorabuena y gracias por compartirlo Alfredo!
Si quieres comprar el libro contacta con Alfredo en el teléfono: 647 60 68 24.
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Eva Veneros Hernández de la Torre.
Barajas. Navarredonda de Gredos,
Casa del Altozano. Base de Polaris